La tercera nota: alegría

 

Meditación 28

Finalmente, los hermanos y hermanas, regocijándose siempre en el Señor (Filipenses 4:4), deben manifestar en sus vidas la gracia y la hermosura del gozo divino. Deben recordar que siguen al Hijo del hombre, que vino comiendo y bebiendo (Lc 7, 34), que amaba las aves y las flores, que bendecía a los niños, que era amigo de los publicanos y de los pecadores (cf. Mc 10 :16), que se sentaba a la mesa tanto de ricos como de pobres. Por lo tanto, dejarán de lado toda melancolía y tristeza, todo distanciamiento indebido de los intereses comunes de la gente y se deleitarán en la risa y el buen compañerismo. Se regocijarán en el mundo de Dios y toda su belleza y sus criaturas vivientes, llamando (nada) profano o inmundo. (Hechos 10:28.) Se mezclarán libremente con toda clase de personas, procurando desterrar la tristeza y traer alegría a otras vidas. Llevarán consigo un secreto interior de felicidad y paz que todos sentirán, aunque no conozcan su origen.

 

Meditación 29

Este gozo, igualmente, es un don divino y proviene sólo de la unión con Dios en Cristo. Como tal, puede permanecer incluso en los días de oscuridad y dificultad, brindando un valor alegre frente a la desilusión y una serenidad interna y confianza en la enfermedad y el sufrimiento. Quien la posee puede contentarse con debilidades, insultos, penalidades, persecuciones y calamidades por causa de Cristo; porque siempre que son débiles, entonces son fuertes. (2 Corintios 12:10)

 

Meditación 30

 

Estas tres notas de humildad, amor y alegría, que deben marcar la vida de los hermanos y hermanas, son todas gracias sobrenaturales que sólo pueden obtenerse de la munificencia divina. Nunca se pueden lograr a través de nuestros propios esfuerzos sin ayuda. Son dones milagrosos del Espíritu Santo. Pero es el propósito de Cristo nuestro Maestro hacer milagros a través de sus siervos; y, si tan sólo se despojaran de sí mismos y se rindieran por completo a él, se convertirían en vasos escogidos de su Espíritu e instrumentos eficaces de su obra poderosa, que es capaz de realizar abundantemente mucho más de lo que podemos pedir o imaginar. (Efesios 3:20)