La primera forma de servicio: la oración
Meditación 14
La alabanza y la oración constituyen el ambiente en el que los hermanos y hermanas deben esforzarse por vivir. Deben esforzarse por mantener un recuerdo constante de la presencia de Dios y del mundo invisible. Una devoción cada vez más profunda a Cristo es la fuente oculta de toda su fuerza y alegría. Él es para ellos Aquel todo amable y adorable, Dios encarnado, crucificado y resucitado, cuyo amor es inspiración del servicio y premio del sacrificio.
Meditación 15
Para que su unión con este Señor y Maestro sea siempre renovada y fortalecida, los hermanos y hermanas se unen ofreciendo diariamente ante Dios el memorial de su muerte y pasión y alimentándose a menudo de su vida sacrificada. La Sagrada Eucaristía es el centro en torno al cual gira su vida. Es sobre todo el corazón de su vida de oración.
El tiempo de la oración de la mañana es la preparación de la mente y el espíritu para entrar en el santuario. La meditación que sigue a continuación es la ocasión de una cita tranquila con aquel que por el sacramento está interiormente presente, y de alimentarse de él en el corazón por la fe con acción de gracias. Los servicios de intercesión y acción de gracias son momentos en que los que se han unido así a él en comunión y meditación pueden suplicar a Dios con confianza segura en su promesa: si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis, y será hecho por vosotros, (Juan 15:7), y también agradecerle por la continua experiencia de su cumplimiento.
El oficio vespertino es la renovada ofrenda de alabanza y oración al mismo Señor al final del trabajo del día, y en su silencio final, los corazones de todos juntos se sumergen de nuevo en la paz de esa luz interior increada que, como las sombras de la vida se profundiza, permanece sin cambios. Completas es la bendición de protección y paz del Maestro.
Meditación 16
Los hermanos y hermanas deben esforzarse siempre por recordar lo esencial que es el trabajo de la oración en todos los aspectos de su vida. Sin la renovación constante de la gracia divina, el espíritu decae, la voluntad se debilita, la conciencia se embota, la mente pierde su frescura y hasta el vigor corporal se debilita. Deben, por tanto, estar siempre en guardia contra la tentación constante de dejar que otros trabajos invadan las horas de oración, recordando que, si buscan de esta manera aumentar el grueso de su actividad, sólo puede ser a costa de su verdadero calidad y valor. Deben ser regulares y puntuales en su asistencia a la oración colectiva. También deben tener en cuenta que de poco vale asistir a las devociones comunes con un espíritu formal o descuidado. Deben procurar hacer de cada oficio una ofrenda de verdadera devoción de corazón. La ofrenda reverente, ordenada y fervorosa del culto colectivo es el corazón mismo de la vida de la comunidad.
Meditación 17
Así también, los hermanos y hermanas deben guardar con celosa vigilancia los tiempos de oración privada. Deben recordar que la adoración colectiva no es un sustituto de la tranquila comunión del alma individual con Dios, y deben esforzarse por seguir adelante para disfrutar cada vez más plenamente de tal comunión, hasta que vivan en un recuerdo tan constante de la presencia de Dios que en verdad orad sin cesar. (1 Tesalonicenses 5:17)
Meditación 18
De esta y otras maneras, los hermanos y hermanas buscarán mantener siempre fresca y viva su devoción a Cristo su Señor; y cuando a causa de la fragilidad humana fracasan en su elevado esfuerzo, volverán de nuevo a Cristo con humilde contrición y ferviente propósito de enmienda; y tendrán en especial estima aquel sacramento de penitencia y absolución por el cual son limpiados del pecado y renovados en la vida de la gracia.
Es para ayudar a tal actitud y práctica de recogimiento que se han establecido las reglas del silencio y los hermanos y hermanas acogerán y usarán tal silencio, considerándolo no como la imposición de una restricción artificial, ni meramente como una regla externa a observarse absteniéndose de hablar, sino como la oportunidad de crecer en el sentido de la presencia divina. Acogerán con el mismo espíritu los retiros y los días de quietud que la Regla de la comunidad prevé como tiempos en los que, en el retiro de todas las distracciones externas, la vida del espíritu puede renovarse y profundizarse.