ADMONICIONES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS

 INTRODUCCIÓN

 

Las veintiocho Admoniciones, así llamadas tradicionalmente, vienen a ser como normas de gran penetración psicológica para el discernimiento de espíritus; enseñan a no contentarse con el nombre de pobres y humildes o con ciertas prácticas ritualizadas de virtud, sino a ser verdaderamente pobres de espíritu, puros de corazón, sencillos, obedientes; es decir, a ser hermanos menores en espíritu y en verdad. Son fruto maduro de la experiencia pastoral de san Francisco en el trato con sus hermanos.

 

Estas «palabras de amonestación», algunas de las cuales -las últimas- revisten la forma de bienaventuranzas, son quizás de las que más y mejor delatan e identifican a Francisco en lo que era y es buena definición suya: hermano y pobre.

 

Son, en su aparente anonimato, palabras biográficas tanto de su propia existencia como de la primitiva fraternidad. De ahí arrancan. Cumplen una de las tareas del hermano para con su hermano: exhortarle. Y son, además, la explicación de la tarea fundamental del hermano menor: la personal fraternidad y pobreza en seguimiento de Cristo y en escucha fiel de su Evangelio.

 

Nada hay cierto sobre los años de su composición. Tampoco es posible señalar con certeza las circunstancias que las motivaron o en que se escribieron, ni su naturaleza: amonestaciones capitulares o, en opinión de Sabatier, fragmentos que quedaron fuera del proyecto de la regla como ampliaciones superfluas o como cláusulas no aptas para una regla.

 

Podían resumir el contenido de las Admoniciones, al mismo tiempo que servir de ayuda o hilo conductor de su lectura, estas palabras de la Adm 5, que, a la vez, nos ofrecen la clave para entenderlas en profundidad evangélica: «Por el contrario, es en esto en lo que podemos gloriarnos: en nuestras flaquezas y en llevar diariamente la santa cruz de nuestro Señor Jesucristo». Dos ejes, pues, centran las ideas:

 

1.º Jesucristo en su entrega.- Es la entraña de su vida, es su sabiduría, es su suficiencia. Él lo resume todo en este escrito y ata los hilos todos de su reflexión. Punto de partida incuestionable de toda su aventura hacia el Dios inaccesible lo es precisamente desde la cercanía de su carne humana o eucarística. Él es la inspiración desde la palabra evangélica, es el buen pastor que abre senda y camino. Todo el escrito lo deja adivinar y lo señala. Aquí, como siempre, es el Señor Jesucristo.

 

2.º Nuestra gloria, las debilidades y la cruz de Cristo.- El que «diariamente se humilla» impone afán y camino. Seguirle va a ser la tarea que impondrán las Admoniciones. Seguirle por el camino que inevitablemente dará en la debilidad y en la cruz. Las Admoniciones -cantar de los cantares de la pobreza se las ha llamado- son el comentario plural de la única pobreza, desapropiación frente «al que dice y hace todo bien» y frente al hermano. Pobreza que a lo largo de las veintiocho Admoniciones será expresada de las formas siguientes: desapropiación de la voluntad propia y de los cargos; no presumir del bien que Dios dice y hace en nosotros o por nosotros; abandono de la propia voluntad; perder el cuerpo; obediencia; no presumir de la prelacía o no turbarse cuando nos la quitan; no recibir gloria y honor; no leer interesada y curiosamente la palabra de Dios; no atribuirse la ciencia; no envidiar el bien que el Señor dice y hace en el hermano; no irritarse por el pecado de los otros; no retener nada para sí; no envanecerse del bien que el Señor hace por medio nuestro; paciencia; humildad; no escandalizarse; no perder la paz; odiarse a sí mismo; amar a los que nos abofetean; despreciar lo terreno y amar lo celestial; sufrir al prójimo en su debilidad; restituir todos los bienes al Señor Dios; desear estar a los pies de los demás; ocultar los dones del Señor para no envanecerse de ellos.